Sin previa cita

- Mírame, ¿A qué me has llamado?
- ...
- ¡Contesta!
- Es que yo no te llamé, tú, como siempre, has venido por tu cuenta.
- Vale, qué carácter... pero ni creas que ha sido porque te extraño.
- No para nada, si ya no sientes nada por mí, ¿cierto?
- Tú no entiendes nada, ya me cansé de estártelo explicando... lo que ha pasado entre nosotros es más complicado que eso.
- Lo que ha pasado es que te encanta complicarlo todo.
- Al menos intento no ignorar mis sentimientos, o fingir que no sucedió... eso.
- Eres como una niña, haciéndote la mártir y la protagonista de todo.
- Y eso que te encantaba mi forma de ser...
- ... eso no tiene nada que ver. Claro que me gustas.
- Ya no me lo creo.
- ¿Por qué siempre es así contigo? ¿Por qué tiene que ser todo o nada?
- ¡Porque yo te lo di todo! Al menos esperaba un poquito de... ay olvídalo, tú eres el que se porta como un niño, como ya no te gustaron las reglas del juego, ya no quisiste seguir jugando, ¿no?
- ...
- La verdad, es que sólo quería decirte que me cansa estar así, siempre enamorada del recuerdo de un ser que ya no me ama... o como al principio, suspirando por alguien que ni se ha dado cuenta de que existo.
- Eso no es cierto, y lo sabes. Yo te... yo te amaba mucho, pero...
- ... se acabó. Se acabó el encanto, la dicha de vernos, la dulzura de mis labios, tus ganas de poseerme... se acabó lo poquito que fuimos.
- Mis ganas de ti nunca se acabaron...
- Pero las mías sí. Se extinguieron justo cuando me dijiste adiós... no así mis ganas de amarte.
- Podría haber funcionado, si tan sólo...
- Olvídalo, ya no tiene sentido ni imaginarlo. ¿Crees que podríamos al menos...?
- Cállate, y ven a abrazarme que tengo mucho frío. 

Sólo para mí

El tren siempre pasa por las mismas cicatrices del terreno, y ahora, silba más fuerte que nunca, como en un grito sin voz que reclama tu presencia, o en un mensaje final de dolorosa despedida. Tal vez ahora ya no lo escuchas, no lo sé.

Confieso que es un alivio saber que ya no te encontraré caminando por las mismas calles; has cerrado correctamente un ciclo que parecía interminable. Tu recuerdo apenas y me alcanza en días nublados como este, donde de pronto aparecieron nuestras últimas palabras; casi puedo decir que me alegró leerlas, o por lo menos, que me ayudaron a comprender que no nos debemos nada, que hemos quedado libres el uno del otro. Ignoro si eso significa algo para ti, pero para mí equivale a una revelación y un gran consuelo.

Si en algún momento te has vuelto a pasar por aquí, seguramente pensaste que no es muy sensato que conserve Hope Leaves o la “J”, y sólo te diré que decidí ignorarte porque son parte de mí tanto como lo son cada palabra publicada. No me imagino siquiera lo que estarás haciendo ahora, o si en realidad quiero saberlo, pero me sorprendí deseando de corazón, alma y pensamiento, que la vida esté siendo muy grata contigo.

Al perderte, afortunadamente, no me he perdido yo, es sólo que me ha costado reconstruir lo que quedó en escombros. No fuiste tú la causa de la “Gran demolición”, pero tu ausencia ha sido, sin ofenderte, una enorme bendición. Tal vez sea cierto y ya jamás vuelva a verte, lo único de lo que estoy segura es que he roto mi promesa, y las palabras que adornen tu último lugar en el mundo, ya no seré yo quien las escriba.

Fugarse de noche

Un día volaré lejos, ¡lejos!, muy lejos de aquí.
Lejos de mi país, de mi planeta, de mi cuerpo y de mi espíritu quizá.
Despertaré en el regazo de una estrella, convertida en polvo galáctico, en espora universal.
Seré visible sólo para los telescopios, manejados por mirones indecentes que no creen en la estelar privacidad.
Venceré mi miedo al espacio, a la noche eterna y a sentirme diminuta ante la inmensidad.
Podría convertirme en cometa, y adornar con mi estela mi viaje sideral; o ser menos vanidosa e impactar cual meteorito en un cráter lunar. 
Estoy segura de que sería un gran hoyo negro, que insaciable devoraría cada sueño atesorado en el manto universal.
Podría hacer explosión en las entrañas de la Tierra, bombardearla fugazmente o invertir su gravedad.
Sé que podría hacer muchas cosas, si tan sólo volara lejos de este lugar... 

Ausente, aunque no quiera.

En mi afán de ser siempre tuya, me libré incluso de mis propios deseos, esos irrefrenables anhelos que no me dejaban dormir por las noches. Me negué a mi misma como si fuera obra de un satán descontrolado, blasfemo y terriblemente ingrato. ¿Cómo suponer que algún día ya no sería de tu agrado? 

Recuerdo mis interminables luchas internas por no actuar sólo para complacerte, por conservar la poca autonomía que me había dejado tu herencia (que aún no sé si maldecir o venerar); recuerdo que miraba con lástima y hasta recelo a aquellos que cumplían en la escuela para recibir una mirada de aprobación de tus iguales. Siempre creí que si me esforzaba exclusivamente para mí, no tendría que rendirle cuentas a nadie, que era libre y que esa libertad me hacía diferente. Nunca me di cuenta de que mis alas te pertenecían de una manera más perversa, y peor aún, que yo te las había entregado alegremente bajo la premisa del amor y la aceptación incondicional.

Desde el primer día de este año en curso, incluso antes de la noticia de mi medio hermano muerto, algo me decía que sería un ciclo de cambios y de revelaciones. Nada más revelador para mí que el conocimiento de ese lazo enfermo que nos tiene atadas desde hace tanto tiempo. Yo tomé un papel que no me correspondía en lo absoluto, la actitud de quien niega su edad y su género para convertirse en el suplente de alguien que no es suplantable. Tú optaste por tenerme cerca de tí por capricho o tal vez por soledad; tu incipiente capacidad de involucrarte con otros nos orilló a relacionarnos de una manera incorrecta, dañina e incluso violenta (al menos para mí, porque me encontraba en desventaja).

A pesar de todo, pienso que no tiene caso culpar a nadie, pues también tú fuiste víctima de las circunstancias, e imagino que tus opciones se redujeron a aferrarte a la única persona que tenías cerca, alguien que podías manejar a tu antojo y que igual que yo, pensaste que esa relación funcionaría perfectamente hasta el fin de los tiempos. Fue muy estúpido creer que nuestra dinámica era la adecuada, que el denominarnos "amigas" no significaba estar negando lo que en realidad somos.

Hasta hoy las cosas siguen bastante rotas, y aunque guardo la esperanza tonta de que nos adaptemos en lugar de fingir que todo sigue igual, estoy decidida a no ceder ante los recuerdos y el sentimentalismo que a veces me invade. A final de cuentas has sido la primer persona a la que he amado, aunque tal vez no fue la decisión más acertada.

Lazos de sangre

La fatalidad siempre llega de un modo inesperado. El día en sí no es importante, pues la muerte tiene la maña de hacer acto de presencia cuando le da la gana, sin aviso, sin siquiera una mínima advertencia.

Yo no lo conocí, apenas sé de su existencia por una suerte de chismes y susurros. Ni siquiera sé cómo diablos se escribe su nombre, así que podría decir que él es uno de los múltiples rompecabezas que he armado en mi mente sobre alguna persona. Lo único que tengo muy claro sobre su vida es aquello que nos une, y que irónicamente es la misma razón que nos separa.

En este momento, nuestro padre se encuentra en la terrible situación de tener que reconocer su cuerpo en el ministerio público, y por si fuera poco, lidiar con la noticia de que su primer hijo se ha suicidado. Desgraciadamente, ellos no se hablaban desde hacía varios años, y ante todo, siento una gran preocupación por mi padre, quien en este momento tampoco me dirige la palabra.

He batallado todo el día con cientos de pensamientos que no van a ningún lado, y me inunda una pena enorme por aquel hombre del que no conozco ni su rostro, pero que por alguna razón forma parte de mi vida. Muchas veces traté de imaginarlo, e incluso podía sentir cómo si él también pensara en mí, y creé una historia alrededor de su persona de la que ni siquiera fui espectadora.

Me hubiera gustado decirle que comprendía su situación, que yo también era la hermana mayor de una familia de tres y que sabía perfectamente lo duro que era tratar a nuestro padre, y confesarle que él lo extrañaba muchísimo, aunque por orgullo o temor al rechazo no se atrevía a buscarlo. Me hubiera gustado decirle que yo también pensé en el suicidio, y tratar de ayudarlo para que no se hiciera daño. A él más que a nadie me hubiera gustado conocer.

Siento que no tengo derecho a lamentar su muerte, que si me presentara a su funeral sus amigos y su familia me mirarían con desprecio, como si mis lágrimas fueran hipócritas y no fuera digna de acercarme a él, aún en este momento, cuando él no puede ni dirigirme una mirada.

Siento como si una parte de mí se hubiera muerto con él, y no puedo evitar pensar en qué tan triste o solo se ha de haber sentido como para quitarse la vida. ¿Habría hecho alguna diferencia si me hubiera aparecido en su camino? ¿Pensó alguna vez en mi existencia? Es asfixiante tener tantas preguntas que no tendrán respuesta, pero lo que más me atemoriza es pensar cómo serán las cosas después de su partida.