Adicto

"Todos nos pasamos el tiempo buscando el amor que no hemos tenido, y nos encontramos con el alcohol o el sexo. Es como una fatalidad. Seremos siempre niños mal amados"


[Escrito por un adicto al sexo, antes alcohólico]




¡Caí en su trampa nuevamente! Ignoré el juramento de no volver a verla, de despreciar su llanto o sus malditos juegos y volverme sordo ante sus ruegos... pero mi voluntad se hizo añicos al sentir su cuerpo. Es como si mi vida dependiera de ella.

Sé que me hace daño, que disfruta morbosamente verme en el suelo lamiendo sus pies, pidiéndole que no me deje aunque la culpa me abofetee luego, cuando me absorbe la ansiedad de poseerla otra vez... Qué irónico pensamiento, si es ella quien siempre me ha poseído.

Hay días en que amanezco atado a su cama o esposado al fregadero de la cocina, solo, desnudo y sin puta idea de cómo llegué ahí. Esos instantes me hacen maldecir la noche en que la conocí, ¿por qué teníamos que estar precisamente en el mismo bar?, ¿por qué me enamoré de su sonrisa y le pedí volver a verla?, ¿por qué permití que me enredara en sus mentiras, en su actuación de niña frágil y desprotegida? Simple y llana soledad...

A veces, montada en mí, suspira que me ama mientras me vuelve loco con sus movimientos frenéticos. Y yo le creo, y me muero de amor y de alegría al escucharla, aunque sé que no hay amor en su mirada, en sus tacones de aguja clavándose en mi carne, ni en su látigo de cuero lacerando mi piel. Sé que ni siquiera yo la amo, que lo que tengo es una fijación por lo obsceno de su ser, una adicción incurable por el lado más sádico y perverso de su mente, y a la vez, sé que ella es adicta a mi sumisión, al papel de víctima que represento en su teatro. Sé que me necesita tanto como yo a ella, pero nada bueno nos espera si continuamos así.

Sé también que algún día se le pasará la mano, y quizá me ahogue mientras apriete mi garganta con su mascada de seda, o mi corazón se detenga durante el acto, o tal vez se le ocurra dispararme y dejar que me desangre mientras me masturba. A estas alturas nada me sorprendería, y eso me asusta y me excita en demasía.

Esta noche no me ha dejado verla, y me tortura el insomnio con imágenes prohibidas de su cuerpo, con escenas de las cosas que hemos hecho, con fantasías en las cuales soy yo quien la domina, rompiendo el círculo vicioso en el que estamos inmersos.

He decidido salir, pues dormir se me ha vuelto imposible. Inconscientemente caminé hacia su casa, pero antes de llegar me detuve en seco; entre las sombras de la noche creí verla, envuelta en besos y caricias de otro amante, alguien sin rostro que la tocaba como yo deseaba hacerlo, pero al acercarme noté que era una pareja a la que no conocía, y estuve tan cerca de armar una escena de celos frente a esas personas... Me siento como un idiota.

Mis pies me llevaron, nuevamente sin pensarlo, a la barra gris de una cantina. A mi lado sólo está media botella de tequila y frente a mí, el cantinero grasoso que apenas nota mi presencia. Yo sé que estoy jodido, que emborracharme sólo es otra manera de auto compadecerme, fingiendo con ésto curar mi otro vicio, y mientras lo pienso apuro las últimas gotas de alcohol que raspan mi garganta, como si con ello pudiera detener la hemorragia de su desprecio.

Todo alrededor se ve borroso, ya no distingo el valor de los sonidos; me he vuelto de barro, pesado, grasiento y sin sentido. Mis manos no son mías, estoy mortalmente sediento y desvarío, pero antes de perderme entre las sombras alcanzo a distinguir un pensamiento, y en mi cabeza se dibuja la figura que ilumina mi cerebro.

Es ella, susurro, mientras trato de alcanzar algo que nunca ha sido mío.