Elena

Era el quinto día en que su asiento permanecía solitario, y él no podía evitar mirarlo con la esperanza de que al voltear, ella aparecería como por arte de magia. Pero en todas las ocasiones eso nunca ocurrió, así que decidió buscarla y acabar con sus dudas.

Cuando llegó al departamento 17, las manos comenzaron a sudarle, y tembloroso tocó el timbre. Su sonrisa se ensanchó al escuchar un "Ya voy" del otro lado, pero se convirtió en una mueca de tristeza cuando la vio abrirle la puerta. Su aspecta era grisáceo, tenía los ojos hundidos y la nariz irritada, pero de todas formas le sonrió y lo invitó a pasar. Él se animó un poco y le ofreció la maseta con el rojo tulipán que le había comprado. Ella lo miró agradecida y se apresuró a ponerlo en el lugar indicado. Dado que vivía sola, aquél lugar siempre parecía demasiado grande para ella, o al menos esa impresión le daba.

- Siéntate donde puedas - le dijo en tono burlón.

Dubitativo, se quedó parado en medio de la sala, mientras trataba de adivinar que contenían las bolsas negras que ocupaban los sillones.

- ¿Te vas a mudar?

- Algo así - contestó ella después de un fuerte estornudo, cubriéndose la nariz con el dorso de la mano - Mamá me pidió que pasara unos días con ella, al menos hasta que me recupere - continuó, con voz nasal.

Contemplar su ausencia otro día lo hizo sentirse tremendamente desdichado, y de pronto se encontró con que las cosas que había planeado decirle ya no servirían para nada.

- Estoy realmente cansada - suspiró ella sacándolo del trance en el que estaba - ¿Me acompañas a dormir?

En otras circunstancias aquella propuesta hubiera tenido mil significados más, pero al ver su rostro agotado supo que sólo poseía uno: Dormir, y nada más. Eso, sin embargo, lo puso muy feliz y sin decir palabra la siguió hasta su cuarto, que pareceía pertenecer a una princesa, por lo que ella, perdida entre los pliegues de una playera XL y sentada a la orilla de la cama mirando al infinito, realmente desentonaba.

Él la contempló calladamente. Le sorprendió lo pequeña que era, pues sus pies ni siquiera rozaban el suelo; se veía tan frágil y enferma que optó por arrodillarse y quitarle los gastados, pero comodísimos tenis que portaba. Ella, como si fuera una muñeca de baterías, giró sobre el colchón hasta quedar boca abajo, abrazó una almohada y con el rostro hundido en ella le pidió que se acostara a su lado. Él rodeó la cama, se quitó los zapatos aún de pie y adoptó la misma posición que ella sobre el colchón, pero mirándola de frente. Su respiración era tan calmada que creyó que ya estaba dormida, cuando, sin abrir los ojos, le dijo:

- He visto a cinco doctores diferentes esta semana, y ninguno atina a saber lo que tengo - entonces lo miró - estoy muy asustada, yo... no quiero... - pero su voz se quebró y empezó a llorar, despacio, como si no tuviera energía para ello.

En el corazón sintió un gran nudo que lo estremeció desde la espalda, y al no saber qué más hacer, la enredó entre sus brazos meciéndola suavemente, y como si fuera una canción de cuna le susurró al oído sin cansarse "Todo va a estar bien, todo va a estar bien... ".

No supo en qué momento se quedó dormido, pero el cuerpo le dolía a mares y le costó mucho acomodarse. En ese instante se percató de que era ella quien ahora lo abrazaba, y de que su piel, antes fría y reseca, ahora se sentía cálida y tersa. Se maravilló al notar que había recuperado su brillo, incluso sus labios... sus labios le provocaron un escalofrío, pues de ellos brotaba, en la comisura de una sonriente mueca, un delgado y prolongado hilo de sangre.

Eran las 6 pm. cuando ella partía en autobús hacia la casa de su madre. Acababan de pasar por la primer caseta cuando se percató de la nota que sobresalía de su cartera.

Recupérate pronto. Te estaré esperando.

La sostuvo largo rato entre los dedos, la regresó a su lugar y sonrió, dichosa de la nueva vida que había adquirido, mienstras el reflejo de la ventana le devolvía la sonrisa.