La boa sonrió maliciosa y dijo:
- Mujer, si en verdad quieres salvar a tu pequeño, tendrás que darme a cambio algo mucho más suculento que él.
La mujer, horrorizada, veía desfallecer a su hijito ante el abrazo fatal de la siseante glotona.
- ¿Qué se te apetece? - tartamudeó, con un ademán de servicio que la boa sintió como un insulto.
- Si no tienes ni un poco de imaginación, será mejor que te vayas despidiendo de este niño.
La madre, desesperada, salió corriendo en busca de algo que poder ofrecerle, pero los hermosos frutos que brindaba la selva no le parecían suficientes, quería algo más grande, algo que pudiera, de algún modo, suplantar a su pequeño.
Cuando estaba a punto de rendirse escuchó el suave lamento de una criatura, y al seguir aquel sonido, encontró entre la maleza a un cachorro perdido. Sin pensarlo, lo tomó entre sus brazos y corrió tan rápido como pudo para entregárselo a la boa, pero al llegar a su recinto descubrió con horror que ya había engullido al infante. Devastada, soltó al cachorro y se arrodilló llorando.
La boa, con el dulce sabor del pequeño en los labios, miró a la mujer y con desprecio le dijo:
- No fuiste capaz de sacrificarte por tu propio hijo, pero vienes a ofrecerme al bebé de otra madre. Si piensas que he sido muy mala, júzgate primero. ¿Qué acaso no era simple la respuesta?