La agonía de la espera

 Me repito que no debo pensar en ello, sólo dejar que suceda (si es que en realidad está ocurriendo), y si el resultado es el esperado, todo será celebración y alegría. Si no sucede, la decepción no será tan grande, y podemos seguir intentando. Pero han pasado tres días, y esos tres días se sienten como semanas. Mis intentos por mantener la mente ocupada se ven opacados cada vez que la urgencia me llama, y suspiro en espera de aquella señal que marque la inminencia de un comienzo o de un "siga participando".

Me invaden las preguntas que no quiero contestar. ¿Está vez habremos acertado? ¿Cuánto tiempo es necesario para esperar una respuesta sólida? ¿Qué se sentirá?

Pienso que no debo estresarme porque eso puede ser el motivo del atraso, pero no puedo mantener la calma ante tal expectativa.

Esta sensación aplica para múltiples situaciones en la vida, como esperar un mensaje de la persona que te gusta, las mariposas en el estómago en su primera cita (o la adrenalina de ir corriendo a su encuentro porque se te hizo tarde). El resultado de un examen médico que puede definir el resto de tu futuro próximo. Esperar la llamada de aquel trabajo que tanto te emociona conseguir y ha tardado más de lo debido. La sala de espera del hospital mientras tu padre está siendo atendido en urgencias. Los breves minutos en que la prueba te indicará si estás o no enfermo mientras te lloran los ojos, y que tuviste que repetir más de tres veces en un año (dos si fueron positivas). La espera, la maldita espera. ¿Cómo hacer que se vaya más rápido si tienes todo el tiempo del mundo ante tus ojos?

No tengo respuesta todavía, sólo una maldita esperanza a la que trato de ignorar con insistencia, cuando me susurra que tal vez, sólo tal vez...

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