Sólo una vez más

Sé bien que no debería estar aquí, que es peligroso quedar al descubierto en esta ciudad iracunda, donde al entrar en un nuevo pasadizo o cruzar cualquier umbral estás poniendo tu vida en venta al mejor postor, al más veloz o al más hambriento. Me repito nuevamente que esto es un error.
Las manecillas andan lentas provocando a mi paciencia, mientras la lluvia cae pesada sobre mi cabeza y se escurre por mi cara lentamente, como queriendo dejar una advertencia que ignoro.
Es aquí donde puedo mostrarme descaradamente, pues las criaturas que deambulan por la noche no le temen a nada, se mofan de las sombras que ocultan sus siluetas, y vigilan desde las azoteas en espera del primer incauto. Bajo la luz tintineante de un viejo anuncio las observo, deseando que no te encuentren si es que acudes a la cita.
Tú tambien conoces los horrores de la noche, incluso sabes que yo soy uno de ellos, sin embargo, aquí vienes nuevamente sin importarte la tormenta, aún sabiendo que el instinto puede traicionarme.
Sonrío.
Tu preciosa figura llena de luz los rincones por los que pasas. Tu rostro revela algo de angustia y resignación, mientras tu cuerpo se agita debajo del abrigo, no por el frío, sino por la expectación.
Te has quedado parada en el lugar de siempre, mirando al suelo con cautela mientras tus manos retiran distraídamente la bufanda que cubría tu cuello.
Ésa es mi señal.
Olvidaste la sombrilla en casa, así que estás tan empapada como yo; sientes el cuerpo pesado y entumido, y te preguntas por un instante si será a causa de la lluvia o de mis brazos a tu alrededor. Apenas suspiraste yo ya estaba detrás de tí, sujetando tu cintura y susurrando a tu oído "Gracias por venir". Cierras los ojos y tu respiración comienza a agitarse; mis manos inician su recorrido casi ritual, gozando del placer que me produce rozar tu cuerpo, detenerme en tus pechos, pegarte más a mí, para finalmente inclinar tu cabeza en mi brazo y llevar mi lengua de tu oreja a la base de tu cuello.
Tus suspiros se han convertido en gemidos, y sin abrir los ojos me suplicas que termine de una buena vez, así que rasgo tu piel con mis colmillos mientras gritas de placer, y siento desmayar tu cuerpo en tanto bebo del preciado elixir carmesí. Me enloquece tu sabor, la urgencia que me provocas, esa sed que me hace repetir sólo una vez más; cuando cedo a mis impulsos y vuelvo a buscarte, vuelvo a necesitar de tí, a romper mis juramentos y a exponernos a ser descubiertos en nuestra forma verdadera. A veces no sé quién le sirve a quién, o en qué momento se transforma el amo en el esclavo.
Un sonido hueco me indica que ya es bastante, que tus venas me han dado todo lo que es humanamente posible sin desfallecer, entonces viene el momento de los amantes, donde me siento parte de tí y a la vez, completamente responsable de tu bienestar. Es entonces cuando me pregunto qué sería de nosotros si nuestros caminos se hubieran cruzado antes de todo esto, qué sería de mí si pudiera tenerte entre mis brazos justo como ahora cada vez que así lo deseara. Es cuando maldigo no haber sido yo aquel hombre que elegiste como pareja, que mi cuerpo sea incapaz de formar contigo aquellos niños que tanto adoras; que tenga que verte sólo en las madrugadas y que jamás podamos ser algo más que amantes, pues así son las cosas.
Así como te veo ahora, tan pálida y callada, es que siento en mis entrañas (o lo que de mí queda) ese odio ciego por necesitarte tanto, esas ganas de liquidarte de una vez y acabar con mi suplicio diario, esa furia con el destino por ponerte frente a mí tan tarde ... Pero a la vez, esa plenitud que me embriaga los sentidos, que me recuerda lo que era estar vivo y me convierte en un ser idiota y extraño. No hay respuesta en las cosas que me provocas, eres mi alimento en todos los sentidos.
La oscuridad está a punto de tragarnos, y yo te llevo a tu casa como si fuera un buen amigo, como si la intimidad no existiera entre nosotros y que si él llegara a descubrinos no le sorprendería. Ignorando incluso a mi sentido de supervivencia, te deposito en tu cama al lado de un cuerpo inerte y ruidoso que al parecer no notó tu ausencia.
Suspiro.
La ironía me parece un mal bocado, y antes de irme me despido con un beso húmedo en tus labios, tratando de borrar el daño y los excesos.
Mañana tendrás jaqueca y te encerrarás fingiendo un malestar extraño, y yo esperaré un par de semanas a que te recuperes del todo, con la esperanza de que vuelvas a aparecer, o que tal vez encuentre otra víctima que me haga olvidar tu sonrisa, y que no me obligue a dejarla viva para volver a saciarme de su sangre cuando mi sed se lo exija.


La noche agoniza, y yo con ella.