Lazos de sangre

La fatalidad siempre llega de un modo inesperado. El día en sí no es importante, pues la muerte tiene la maña de hacer acto de presencia cuando le da la gana, sin aviso, sin siquiera una mínima advertencia.

Yo no lo conocí, apenas sé de su existencia por una suerte de chismes y susurros. Ni siquiera sé cómo diablos se escribe su nombre, así que podría decir que él es uno de los múltiples rompecabezas que he armado en mi mente sobre alguna persona. Lo único que tengo muy claro sobre su vida es aquello que nos une, y que irónicamente es la misma razón que nos separa.

En este momento, nuestro padre se encuentra en la terrible situación de tener que reconocer su cuerpo en el ministerio público, y por si fuera poco, lidiar con la noticia de que su primer hijo se ha suicidado. Desgraciadamente, ellos no se hablaban desde hacía varios años, y ante todo, siento una gran preocupación por mi padre, quien en este momento tampoco me dirige la palabra.

He batallado todo el día con cientos de pensamientos que no van a ningún lado, y me inunda una pena enorme por aquel hombre del que no conozco ni su rostro, pero que por alguna razón forma parte de mi vida. Muchas veces traté de imaginarlo, e incluso podía sentir cómo si él también pensara en mí, y creé una historia alrededor de su persona de la que ni siquiera fui espectadora.

Me hubiera gustado decirle que comprendía su situación, que yo también era la hermana mayor de una familia de tres y que sabía perfectamente lo duro que era tratar a nuestro padre, y confesarle que él lo extrañaba muchísimo, aunque por orgullo o temor al rechazo no se atrevía a buscarlo. Me hubiera gustado decirle que yo también pensé en el suicidio, y tratar de ayudarlo para que no se hiciera daño. A él más que a nadie me hubiera gustado conocer.

Siento que no tengo derecho a lamentar su muerte, que si me presentara a su funeral sus amigos y su familia me mirarían con desprecio, como si mis lágrimas fueran hipócritas y no fuera digna de acercarme a él, aún en este momento, cuando él no puede ni dirigirme una mirada.

Siento como si una parte de mí se hubiera muerto con él, y no puedo evitar pensar en qué tan triste o solo se ha de haber sentido como para quitarse la vida. ¿Habría hecho alguna diferencia si me hubiera aparecido en su camino? ¿Pensó alguna vez en mi existencia? Es asfixiante tener tantas preguntas que no tendrán respuesta, pero lo que más me atemoriza es pensar cómo serán las cosas después de su partida.

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