Ausente, aunque no quiera.

En mi afán de ser siempre tuya, me libré incluso de mis propios deseos, esos irrefrenables anhelos que no me dejaban dormir por las noches. Me negué a mi misma como si fuera obra de un satán descontrolado, blasfemo y terriblemente ingrato. ¿Cómo suponer que algún día ya no sería de tu agrado? 

Recuerdo mis interminables luchas internas por no actuar sólo para complacerte, por conservar la poca autonomía que me había dejado tu herencia (que aún no sé si maldecir o venerar); recuerdo que miraba con lástima y hasta recelo a aquellos que cumplían en la escuela para recibir una mirada de aprobación de tus iguales. Siempre creí que si me esforzaba exclusivamente para mí, no tendría que rendirle cuentas a nadie, que era libre y que esa libertad me hacía diferente. Nunca me di cuenta de que mis alas te pertenecían de una manera más perversa, y peor aún, que yo te las había entregado alegremente bajo la premisa del amor y la aceptación incondicional.

Desde el primer día de este año en curso, incluso antes de la noticia de mi medio hermano muerto, algo me decía que sería un ciclo de cambios y de revelaciones. Nada más revelador para mí que el conocimiento de ese lazo enfermo que nos tiene atadas desde hace tanto tiempo. Yo tomé un papel que no me correspondía en lo absoluto, la actitud de quien niega su edad y su género para convertirse en el suplente de alguien que no es suplantable. Tú optaste por tenerme cerca de tí por capricho o tal vez por soledad; tu incipiente capacidad de involucrarte con otros nos orilló a relacionarnos de una manera incorrecta, dañina e incluso violenta (al menos para mí, porque me encontraba en desventaja).

A pesar de todo, pienso que no tiene caso culpar a nadie, pues también tú fuiste víctima de las circunstancias, e imagino que tus opciones se redujeron a aferrarte a la única persona que tenías cerca, alguien que podías manejar a tu antojo y que igual que yo, pensaste que esa relación funcionaría perfectamente hasta el fin de los tiempos. Fue muy estúpido creer que nuestra dinámica era la adecuada, que el denominarnos "amigas" no significaba estar negando lo que en realidad somos.

Hasta hoy las cosas siguen bastante rotas, y aunque guardo la esperanza tonta de que nos adaptemos en lugar de fingir que todo sigue igual, estoy decidida a no ceder ante los recuerdos y el sentimentalismo que a veces me invade. A final de cuentas has sido la primer persona a la que he amado, aunque tal vez no fue la decisión más acertada.

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