Mi bosque es un lugar grisáceo, de
altos pinos inmóviles, susurros cantantes y caminos ligeramente empedrados y
sinuosos. Yo corro feliz por el camino, descalza y sonriente, acariciando cada
rama y tronco fértil a mi paso. Estoy vistiendo un vestido corto color blanco y
me siento en paz conmigo misma, aunque un poco inquieta: ¿Qué habrá más allá
del bosque?
De pronto lo descubro. Llego al final de mi sendero y el bosque se corta por
una barrera recta y marcial de pinos completamente derechos, dando la sensación
de precipicio, dejando ver frente a ellos un campo verde brillante de pasto
perfectamente recortado, y más allá, la insinuación de un sembradío. A mi
izquierda, se ciñen dos pequeñas montañas entrelazadas que muestran un camino
pero no hacia dónde conduce, y yo, sin aliento pero curiosa, me despego
lentamente de mi bosque y comienzo a caminar hacia el misterioso sendero.
De pronto me topo con un camino angosto y ondulante que parece jamás acabarse,
pero en la última vuelta cerrada, se muestra ante mí el enorme campo que había
oculto tras esas pequeñas montañas, y me sorprende enormemente ver a mi izquierda
la continuación de mi bosque, perfectamente delimitado; bajo mis pies, el mismo
pasto brillante y recortado extendiéndose majestuoso, y a mi derecha, en todo
su esplendor, un inmenso sembradío de doradas espigas danzantes... Entonces la
noto, frente a mi, a muchos metros de distancia, una increíble montaña verdosa
llamándome a subirla.
Aún no estoy del todo segura, pero comienzo a avanzar a sabiendas de que mi
bosque sigue a mi lado, pero apartando la vista de vez en cuando para admirar
la belleza del campo de espigas que parecen suspirar a cada
movimiento. Mientras más me acerco a la montaña, mejor puedo visualizar su
hermosura: Es una montaña fértil, rodeada por un camino en espiral que conduce
matemáticamente hasta la cima, hecha de tierra húmeda y brillante y cubierta de
tímida vegetación azulosa. Al llegar a la base del camino, las piernas me
tiemblan y tengo que sostenerme de ella para no caerme, pero al notar su
calidez y la textura de sus plantas, me siento confiada y comienzo a subirla a
paso seguro. Adoro cómo se siente la tierra firme y oscura entre los dedos de
mis pies descalzos, y cómo se enredan entre mis manos las plantitas juguetonas
que la rodean mientras yo las acaricio a cada paso.
Después de mucho subir, giro la vista y alcanzo a visualizar mi bosque, el
campo y el sembradío bajo mis pies, extendiéndose casi hasta el final de la
tierra; pero más allá, hasta el borde de mi bosque, alcanzo a ver un pedacito
de mar en plácida calma, dorado por la puesta del Sol y tintineante por el cambio
de luz. Aún allá arriba, a la mitad de la montaña, puedo escuchar a las olas
golpear contra la playa, una playa lejana e invisible para mí.
El poder presenciar ese espectáculo me asombra, así que comienzo a subir el
camino corriendo, esperando volver a ver el mar a cada vuelta que doy; pero
después de un par de vueltas, me topo con que el camino se ha terminado, ya que
he llegado a la cima de la montaña, y frente a mí, flotando en el aire, se alza
un inmensa puerta blanca, finísima, angosta y muy alta, cuyo interior se asoma
oscuro y penetrante. Sin poder evitarlo, casi hipnotizada, atravieso la puerta
sin dejar de admirarla.
En el interior de la montaña, el camino se vuelve muy pequeño y yo tengo que
andarlo a gatas. Puedo notar que ahora visto una especie de bata de hospital
(como la de Evey en V de
Venganza, pero color blanca) y que la tierra está muy húmeda y se queda
pegada en mi piel, sin embargo, el camino está iluminado por gemas brillantes
incrustadas en las paredes de la cueva, y aunque el camino es largo y yo tengo
frío y estoy un poco asustada, continúo andando en espera de encontrar una
salida.
Después de lo que me parece una eternidad arrastrándome en la tierra, encuentro
el final de ese tramo de la cueva y en él, una escalera blanca, angosta y
larguísima que parece flotar en la nada, y que tengo que colocarme de frente a
ella para poder bajarla sujetándome fuerte con pies y manos.
A cada
paso que doy parece que la escalera se alarga más y más, pero al final, me deja
en el suelo de un pasillo extenso que está iluminado por una lejana luz que se
encuentra al final del mismo. Me da algo de miedo soltar la escalera, pero algo
me dice que ya no tiene nada para mí, así que le doy la espalda y comienzo a
caminar hacia esa luz fría y parpadeante.
Al acercarme más a esa luz, puedo distinguir que proviene de una lámpara alta y
plateada cuya pantalla tiene forma de cuerno, que en su extremo puntiagudo está
sujeta a un tubo delgado y que no está conectada a ningún sitio. Por un
segundo, me quedó admirando esa luz que no me enceguece, sintiéndola casi
familiar. Miro hacia atrás, y veo la escalera que ya no parece tan alta, y de
pronto, se abre otro pasillo hacia mi izquierda, pero totalmente oscuro;
entonces me alargo hasta el tamaño de la lámpara, tomo el cuerno y comienzo a
girarlo para zafarlo de su base. Al tenerlo, vuelvo a mi tamaño y comienzo a
caminar por ese nuevo pasillo llevando el cuerno bajo el brazo para que me
ilumine. Mientras camino, comienzo a notar cómo el cuerno empieza a torcerse
lentamente, y como su luz comienza a desaparecer porque al fondo, puedo ver la
salida de la cueva.
La luz del nuevo día si me enceguece por completo, y durante mucho tiempo no
puedo ver más que su brillo a través de mis párpados cerrados; pero cuando ese
momento termina, puedo ver claramente lo que se extiende a los pies de la
montaña. La puerta de la cueva ha desaparecido, el lodo se ha limpiado de mi
cuerpo, ahora estoy vistiendo un largo y ondulante vestido blanco, traigo el
cabello recogido y en la mano izquierda el cuerno totalmente retorcido por la
punta. Puedo admirar el paisaje conocido con un respiro de alivio y confianza,
y tomo el sendero de bajada casi corriendo, llegando pronto a ese campo
brillante que no ha cambiado en nada; también lo recorro deprisa. Cruzo el
sendero entre las pequeñas montañas y llego a mi bosque, que me recibe con un
viento ululante y el ligero danzar de los pinos en armonía. Recorro su camino
de regreso rozando con el cuerno cada árbol a mi paso, y en él se van
depositando frutos del bosque, hojas y ramitas que al final lo van
llenando.
Al término de ese camino hay un claro en medio del bosque, y yo me tumbo
satisfecha en ese pasto suave y ruidoso mirando hacia el Sol de mediodía.